CEREMONIA DE INICIACIÓN AL RUIDO

Federico Miyara

 

Nuestra sociedad moderna ha establecido ciertas pautas para la iniciación a la vida social, entre las que se encuentra, de un modo muy consecuente en todas las edades (infancia, niñez, adolescencia), la exposición a sonidos intensos. Ya desde las fiestitas de cumpleaños en el jardín los niños son expuestos a música a gran volumen, y estimulados a jugar a ruidosos juegos colectivos, tales como responder en voz alta todos juntos, o utilizar juguetes de gran sonoridad como pitos, cornetines o matracas, o pinchar globos. De hecho, una fiesta infantil sin un gran bochinche sería considerada anormalmente aburrida. Los espectáculos infantiles (cine, teatro) también se desarrollan con acompañamiento sonoro excesivamente intenso, lo cual a su vez estimula el movimiento y la falta de concentración de los pequeños espectadores.

El nivel sonoro sigue en continuo aumento cuando los preadolescentes comienzan a asistir a fiestas de baile. El gusto por sonoridades agresivas para el oído se va entonces perfilando, lo cual se hace ostensible en la escucha privada de música, siempre a alto volumen, siendo ésta una de las causas de enfrentamientos generacionales y conflictos en la familia. Un poco más adelante, con la concurrencia a las discotecas, la exposición a decibeles en gran escala tiende a consolidar una especie de dependencia o adicción al ruido. Ya a esta edad el walkman y el discman comienzan a constituirse en elementos personales de gran importancia. El hecho de poder dar rienda suelta al volumen sin soportar las encolerizadas reacciones de los ocasionales vecinos o cohabitantes lo convierten en un objeto de gran valor. Esta tendencia se profundiza cuando de la discoteca se salta al night club, donde el estentóreo reino de la potencia sonora se manifiesta en su grado máximo, llegándose a exposiciones durante dos horas o más a niveles sonoros que serían lesivos aun durante un par de minutos.

Este proceso guarda en varios aspectos una asombrosa similitud con otros procesos adictivos, como el tabaquismo o el alcoholismo. En efecto, comienza con un natural rechazo, superado solamente a través de la voluntad de mimetismo social, de no ser "diferente", de no poner al descubierto las propias "debilidades". La sensibilidad a la agresión va reduciéndose gradualmente, conforme se profundizan los efectos orgánicos, los cuales llevan a requerir cada vez más estímulo para lograr el mismo efecto subjetivo. Es un hecho conocido el de que una agresión continua va minando paulatinamente las defensas que esgrime el organismo ante el estímulo deletéreo, entre las cuales se encuentra la señal de aviso que se manifiesta como un rechazo, una molestia o un dolor.

En el caso específico del nivel sonoro elevado, uno de los efectos más conspicuos es la hipoacusia o disminución auditiva. Este efecto trae otras consecuencias sociales, como la incapacidad para la comunicación oral, el aislamiento, las dificultades en el aprendizaje, la pérdida de oportunidades laborales, etc. Lamentablemente el individuo advierte su discapacidad cuando ya es demasiado tarde, dado que la misma se produce por la destrucción irreversible de las delicadas células sensorias del oído interno. La razón para esto es que el proceso es gradual y puede demorar varios años en hacerse patente, por lo cual se va produciendo una adaptación o acostumbramiento progresivo. En general la hipoacusia es "descubierta" por terceras personas, ya sea familiares, allegados, o profesionales consultados por algún otro motivo.

Existe una forma de apreciar cuál puede ser el estado de la audición después de varios años de exposición reiterada a sonidos o ruidos muy intensos. Se basa en el hecho de que ante exposiciones de algunas horas a sonidos intensos se produce una disminución auditiva temporaria similar a la que luego se vuelve permanente de reiterarse la exposición durante años. Este criterio es útil para reconocer las situaciones potencialmente peligrosas. Es de destacar que a igual nivel sonoro, la música más excelsa comporta el mismo riesgo que el ruido más desagradable, ya que la discriminación se efectúa a nivel de la corteza cerebral, y no a nivel del oído interno, que es donde se producen las lesiones irreversibles.

Varias son las posibles razones que han llevado a este estado de cosas por el cual la iniciación a la vida social se ha transformado en una ceremonia con ritos de mutilación (auditiva). El incremento incesante del nivel de ruido ambiente en las grandes ciudades, por ejemplo, ha establecido una marca sobre la cual es necesario elevarse bastante para producir un hecho sonoro significativo en contraste con ese bullicio constante de máquinas, motores, vehículos y personas. La utilización de la música funcional en lugares públicos como sempiterno telón de fondo también lleva a buscar el contraste a través de un volumen alto. Otro elemento es la popularización de equipos de radio, televisión y reproducción musical capaces de entregar altísimas potencias a precios muy accesibles. Pero probablemente sea la falta de educación y conocimientos formales e informales en relación con los efectos del ruido uno de los principales factores que han conducido a este estado de cosas.

Diversos expertos vienen hablando desde hace años sobre el peligro del desarrollo de jóvenes generaciones de hipoacúsicos, con los trastornos que esto puede acarrear no sólo para los individuos afectados sino para la sociedad en su conjunto. Antes de que sea demasiado tarde, es necesario tomar medidas al respecto. Aunque es el Estado (en sus diversos niveles y estamentos) quien a través de un apropiado cuerpo normativo debe velar por el cuidado de su bien más preciado, que es una sociedad sana en todos sus aspectos, la responsabilidad es de todos. Los individuos deberían exigir un paisaje sonoro agradable y sobre todo saludable. Cuando en un ambiente público o privado se encuentran frente a una agresión sonora, deberían elevar sus quejas a los responsables de la misma. Así, si en una fiesta o un espectáculo público el nivel sonoro es tan alto como para resultar molesto o aún doloroso, deberían solicitar la disminución del volumen. Al mismo tiempo, deberían exigir a las autoridades legislativas la sanción de reglamentaciones que contemplen y resuelvan adecuadamente estos problemas, y a las ejecutivas su aplicación rigurosa. Sólo de esta manera podremos detener el catastrófico proceso de mutilación masiva de uno de los dos sentidos más fundamentales e imprescindibles del ser humano.

 

Rosario, junio de 1997

 

E-mail: fmiyara@fceia.unr.edu.ar
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