diseño arquitectónico C9 [plan 2014]
 

Gustave Eiffel

Roland Barthes afirma que Maupassant desayunaba con frecuencia en la Torre Eiffel, pero que la Torre no le gustaba. Lo hacía porque -decía- era el único lugar de París desde donde no la veía.

"En París -continúa Barthes- hay que tomar infinitas precauciones para no ver la torre: en cualquier estación, a través de las brumas, de las primeras luces, de las nubes, de la lluvia, a pleno sol, en cualquier punto en que se encuentren, sea cual sea el paisaje de tejados, cúpulas o frondosidades que les separe de ella, la Torre está ahí, incorporada a la vida cotidiana a tal punto que ya no podemos inventar para ella ningún atributo particular, se empeña simplemente en persistir, como la piedra o el río, y es literal como un fenómeno natural, cuyo sentido podemos interrogar infinitamente, pero cuya existencia no podemos poner en duda. No hay casi ninguna mirada parisina a la que no toque en algún momento del día; cuando al escribir estas líneas, empiezo a hablar de ella, está ahí, delante de mí, recortada por mi ventana; y en el mismo instante en que la noche de enero la difumina y parece querer que se vuelva invisible y desmentir su presencia, he aquí que dos pequeñas luces se encienden y parpadean suavemente girando en su cima; toda esta noche también estará ahí [...].

La Torre también está presente en el mundo entero. Está primero como símbolo universal de París [...], no hay viaje a Francia que no se haga, en cierto modo, en nombre de la Torre, ni manual escolar, cartel o filme sobre Francia que no la muestre como el signo mayor de un pueblo y de un lugar: pertenece a la lengua universal del viaje. Mucho más: independientemente de su enunciado propiamente parisino, afecta al imaginario humano más general; su forma simple, matricial, le confiere vocación de un número infinito; sucesivamente y según los impulsos de nuestra imaginación, es símbolo de París, de la modernidad, de la comunicación, de la ciencia o del siglo XIX, cohete, tallo, torre de perforación, falo, pararrayos o insecto; frente a los grandes itinerarios del sueño, es el signo inevitable; del mismo modo que no hay una mirada parisina que no se vea obligada a encontrársela, no hay fantasía que no termine hallando en ella tarde o temprano su forma y su alimento; tomen un lápiz y suelten su mano, es decir, su pensamiento, y, con frecuencia, nacerá la Torre, reducida a esa línea simple cuya única función mítica es la de unir, según la expresión del poeta 'la base y la cumbre', o también 'la tierra y el cielo'. [...]

Para negar la Torre Eiffel [...], es preciso instalarse en ella como Maupassant y, por así decirlo, identificarse con ella. A semejanza del hombre, que es el único en no conocer su propia mirada, la Torre es el único punto ciego del sistema óptico total del cual es el centro y París la circunferencia." [Roland Barthes. La Torre Eiffel. Buenos Aires, 2002, Paidos, págs. 57-58].

La lectura del texto de Barthes me remitió a mi propia experiencia con la Torre, una experiencia que estuvo estrechamente vinculada con un momento en el que para mí, la fotografía formaba parte inseparable de un viaje. El registro de las obras de arquitectura y de ingeniería está siempre vinculado a la visibilidad de la cosa, pero en este caso, descubrí -seguramente ya otros lo habían hecho antes- que la visibilidad de la Torre no era tanto una función de su altura sino de la morfología urbana de París. Si la Torre se hubiese construido en New York o en Chicago, seguramente ya no sería visible como lo es en París, porque sus 300 m. de altura hubiesen quedado opacados por la masa de edificios que le dan, precisamente, la densidad y la morfología que las caracteriza, y que las diferencia -claro está- de París.

La Torre simboliza además el deseo atávico del hombre de dominar, desde la altura, el territorio. La Torre es la marca de ese territorio y cualquier lugar desde el que la Torre es visible, a su vez es visible para la Torre. No hace falta buscar otro sentido a la empresa gigantesca que acometieron aquellos hombres que apostaron a su construcción. Y para comprender la magnitud de esa empresa, es necesario analizar los problemas que debieron enfrentar y resolver, ubicándonos en el contexto europeo de fin del siglo XIX.

Por una parte, París ya se había convertido en una metrópolis. El proceso de industrialización había expandido el radio urbano y generado una periferia caracterizada por un nuevo tipo de construcción, en la que las estructuras metálicas concebidas por la ingeniería moderna generaban una morfología muy diferente de la que caracterizaba a la ciudad medieval-barroca pre-industrial. Pero no solamente en la periferia, porque la introducción de estructuras metálicas en las terminales ferroviarias y en los puentes, generó un cambio sustancial en el paisaje urbano. Nada más gráfico para comprender la magnitud de este fenómeno que la obra de Claude Monet [1840-1926], pintor impresionista parisino que reflejó en su obra este proceso de cambio que despertaba reacciones diversas, a veces encontradas. De la misma manera, podemos encontrar ese rasgo en la obra de Gustave Caillabotte [ 1848-1894].

Cuando en 1884 Maurice Koechlin, un joven ingeniero francés formado en la ETH de Zurich, colaborador de Gustave Eiffel, terminó uno de los dibujos iniciales para la torre de 300 metros de altura, en escala 1:200, advirtió que, para que se comprendiera lo que significaba esa altura, excepcional para la época, era necesario contrastar aquella construcción con otras conocidas, capaces de darle una referencia cierta. Koechlin añadió al dibujo, a la derecha de la torre y descuidando la simetría de la composición gráfica, la fachada de Notre Dame. Sobre esta puso la estatua de la libertad, de Bartholdi, cuya estructura interna había sido diseñada en aquellos estudios, de Eiffel et Cie., y construida en los talleres de la firma, en Levallois. Encima de la estatua, una columna -la de la Bastilla- y por encima el Arco del Triunfo, otra columna -la de la Place Vendome-, un obelisco -el de la Place de la Concorde-, y el Hotel de Ville, la sede de la prefectura de París. Todos estos monumentos sumados no alcanzaban a completar la altura de esta torre de Babel de la Modernidad -como la llamaron sus críticos más acérrimos-, cuyo desarrollo inicial correspondió a Maurice Koechlin y Emile Nouguier, ingenieros de Eiffel et. Cie., la compañía fundada por Gustave Eiffel en 1867.

Gustave Eiffel había nacido en Dijon, en 1832. Se graduó como ingeniero en la École Centrale des Arts et Manufactures en 1855. Era la época de la expansión de la red ferroviaria de la SNCF -Societé Nationale des Chemins de Fer- y Eiffel supervisó la construcción del puente ferroviario sobre el Garrone, en Bordeaux. En 1876 construyó el viaducto ferroviario sobre el Duero, en Porto, Portugal, en el que se evidencia la excepcional capacidad de Eiffel para innovar, no solo en el diseño estructural, sino también en los métodos de trabajo en la construcción de estructuras metálicas. El viaducto de Garabit -1884- será otra obra que acrecentará el prestigio de Eiffel como ingeniero y de Eiffel et. Cie. como compañía especializada en construcciones metálicas y que la convertirá en la adjudicataria de contratos como el de la construcción del canal de Panamá, la estructura de la estatua de la libertad, y el de la Torre Eiffel.

El proceso de construcción de la Torre se encuentra narrado espléndidamente en dos obras cuya lectura recomiendo para quienes deseen adentrarse en detalles que no son menores, sino que describen, además de los aspectos técnicos, las características de la sociedad que generó aquella construcción, monstruosa para algunos, sublime para otros, pero que fue posible porque coincidieron, en un tiempo y lugar unas condiciones apropiadas para concebir y materializar una obra que aún hoy, sigue asombrándonos. 300 metros de altura, 7,300 toneladas de peso, 26 meses para su construcción, menos de 200 obreros trabajando en condiciones de seguridad inaceptables en la actualidad, ejecutando trabajos a una altura a la que nadie había trabajado antes ni imaginado hacerlo, y todo esto, en tiempo y forma y sin ningún accidente. Sin duda, estos detalles contribuyen a que la Torre nos asombre más aún que por su belleza, por su esbeltez, su altura, o por los riesgos que implicaba una empresa -una apuesta también- tan grande. Pero el conocimiento del proceso de construcción y de los métodos de trabajo, como así también de las condiciones laborales imperantes en aquella época, forman parte de esta narración, por momentos, periodística: "Cada elemento metálico sale del taller como una pieza suelta de acabado impecable. En el lugar de las obras, los obreros, muy pocos y todos con mucha experiencia, no tienen mas que ajustar las viguetas con remaches según los planos de montaje de que disponen, diseñados en el estudio de Levallois. Siguen un método que va a contracorriente de lo que es normal en aquella época [...] a pleno sol se registraban 40°C o más; ¿cómo se puede trabajar durante doce horas seguidas, a 130 metros del suelo, sin barandillas ni ninguna medida de protección? En cualquier caso el ingeniero Eiffel pretende respetar los plazos fijados escrupulosamente, y asegura que la bandera francesa ondeará en lo alto de la torre, dentro de seis meses, o sea, el 31 de marzo próximo, para ser mas exactos. [...] 9 de noviembre de 1888. La torre ha alcanzado una altura de 170 m. La torre se eleva a razón de 1 m. diario.

Theophile Feau. Junio 1888 Theophile Feau. 14-10-1888 Theophile Feau. 14-10-1888 Theophile Feau. 04-11-1888 Theophile Feau. 20-01-1889 Theophile Feau. 02-04-1889

The Eiffel Tower, de Joëlle Bolloch, es un texto en el que se relata la relación entre dos tecnologías que nacen y se desarrollan juntas: la fotografía y las estructuras metálicas. El texto, escrito para la exposición de fotografías de la Torre presentada por el Musee d'Orsay de París, revela no solamente las relaciones entre estas tecnologías sino los cambios que imprimen en la sociedad urbana. El misterio de la Torre Eiffel, de Pascal Laine [Buenos Aires, Edhasa, 2007] es una novela en la que se entrecruzan las vidas de Gustave Eiffel con la de Valentín Duval, un jefe de una cuadrilla de montaje de Eiffel et. Cie., con el marco de la construcción de la Torre como fondo, las duras críticas que recibe Eiffel por parte de quienes se oponen a la construcción de la Torre, y el desastre financiero que acaba con la disolución de la Compgnie du Canail -la compañía creada para financiar la construcción del canal de Panamá, el mayor contrato de Eiffel et. Cie-, el 4 de febrero de 1889, precisamente cuando la Torre está a un mes de completarse.

Las críticas había provenido, fundamentalmente, de los artistas, que habían firmado el famoso manifiesto publicado por Les Temps, el 14 de febrero de 1887: "Los abajo firmantes, escritores, pintores, escultores, arquitectos, amantes por encima de todo de la belleza hasta hoy intacta de la ciudad de París, pretendemos, en nombre del gusto francés pisoteado, del arte y de la historia franceses que se ven amenazados, elevar nuestra airada protesta contra la erección, en pleno corazón de la capital, de la inservible y monstruosa torre Eiffel, esa misma que el pueblo, con su instinto, expresión normal de sentido común y de equidad, ha designado ya como "torre de Babel"... Entre los que firmaban el manifiesto estaban el arquitecto Charles Garnier, autor de la Opera de París; y Guy de Maupassant -el que luego va a desayunar en la Torre para no verla-.

El mismo día, en una entrevista publicada en Les Temps, Eiffel respondió al manifiesto de la siguiente forma: "Yo creo que la torre va a poseer belleza. Porque somos ingenieros, la gente piensa que no nos preocupa la belleza en nuestras construcciones, y que porque nos abocamos a hacerlas resistentes y durables no tratamos de que sean además elegantes. La torre será la construcción más alta que el hombre ha levantado. No es por consiguiente grandiosa en ese sentido? Y por qué lo que debe ser admirable en Egipto se lo considera ridículo en París? He reflexionado acerca de esto pero debo admitir que no entiendo."

Eiffel defiende sus ideas con hipótesis que van a verificarse no con el éxito que alcanzó la Torre durante la Exposición Universal de París de 1889 -la Torre recibió en 173 días 1,900,000 visitantes-, sino con el proceso gradual de conformación de una nueva estética urbana, de un concepto de belleza que va a descubrir la belleza de las grandes obras de ingeniería del siglo XIX. La "monstruosidad" de la Torre acaba siendo un anacronismo y se la asume como un objeto bello, digno de ser preservado para la posteridad, y la Torre se "salva" de su destrucción. La fotografía, sin duda, contribuyó a la conformación de esa estética. Es así como se construye la imagen de París, representada y sintetizada por la Torre, que acabará sintetizando la imagen de Francia. Eiffel no solo construyó una torre que solo va a ser superada en altura en 1930, por el Empire State Building, en New York, sino que la sospecha de "inutilidad" -atribuida por el manifiesto de 1887- queda descartada frente al valor de representación que adquiere, además de las múltiples funciones que la Torre cumplió para usos científicos y militares.

Eiffel murió en París en 1926 a los 94 años de edad. La conclusión de la Torre lo hubiese convertido, a los 56 años de edad, en un héroe nacional, pero el desastre de la construcción del canal de Panamá, opacó su brillo e hizo que se retirara parcialmente de la actividad profesional y empresarial, para dedicarse a la investigación científica.


Sergio Bertozzi, 2009


Bibliografía:

Roland Barthes. La Torre Eiffel. Buenos Aires, Paidós, 2002, ISBN 950-12-3424
Pascal Laine. Los misterios de la Torre Eiffel. Buenos Aires, Edhasa, 2007, ISBN 978-950-9009-93-6.
Joëlle Bolloch. The Eiffel Tower. París, Musée d'Orsay, 2005 [PDF, texto en inglés]


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