Día internacional de la conciencia sobre el ruido

Por Federico Miyara(*)

 

 

El tema del ruido ha cobrado nueva dimensión últimamente en Rosario, a partir de las declaraciones de la directora general de Registración e Inspección de Industria y Comercio de la Municipalidad, Ingeniera Stella Andretich, en el sentido de que una gran proporción de las clausuras o actas de comprobación están referidas a problemas de contaminación acústica. También se han producido quejas por el ruido de la construcción, y, desde su inauguración, también por el alto nivel sonoro de las aguas danzantes del Parque Independencia. No menos ajeno a la preocupación de los aturdidos vecinos es el ruido de los locales bailables, producido tanto en su interior como en las inmediaciones por el gran movimiento de jóvenes, quienes, especialmente a la salida y ya auditivamente obnubilados por el estentóreo nivel sonoro a que estuvieron sometidos, continúan la velada a los gritos en desmedro del sueño ajeno. Otra fuente de contaminación sonora ciudadana la constituyen multitudes de equipos de servicio de toda índole destinados a la provisión de ventilación, aire acondicionado, energía eléctrica, etc. Por último, tenemos el tránsito, gran contaminante no sólo del aire sino también de la sonosfera (ese sutil concepto que aún no ha sido incorporado a la terminología popular).

Este clima candente de reclamos sociales por menos ruido es muy oportuno ahora que nos aproximamos al Cuarto Día Internacional de la Conciencia sobre el Ruido, a celebrarse en todo el mundo el próximo miércoles 21 de abril. ¿Por qué conciencia sobre el ruido? Porque al igual que en la mayoría de los problemas de contaminación ambiental (y el ruido es, ciertamente, uno de ellos), el primer paso es tomar conciencia, reconocer que el problema existe, que está ahí y que nos afecta a todos individual y socialmente.

Aunque para los especialistas en el tema del ruido y su control cualquier referencia a los efectos perjudiciales del ruido es, por remanida, casi perogrullesca, la triste realidad es que la inmensa mayoría de la población los ignora casi por completo. Para mucha gente el ruido no pasa de ser una molestia, y con frecuencia hasta es considerado una compañía deseable. Nada menos que un ex Jefe de la Oficina Federal de Salud Pública de los Estados Unidos, el Dr. William H. Stewart, manifestó, allá por 1978, que "llamar al ruido ‘molestia’ es como llamar al smog un ‘inconveniente’. El ruido debe ser considerado en todas partes un peligro para la salud de la gente." Y esto no es poca cosa tratándose de la máxima autoridad médica de un país que, como tantos otros, no se caracteriza precisamente por una defensa decidida del ambiente acústico.

Pero ¿cuáles son dichos efectos nocivos? Abarcan un espectro muy amplio, que va desde alteraciones digestivas hasta la sordera, pasando por el aumento de la presión sanguínea, una mayor incidencia de accidentes cardiacos, el stress, la agresividad, las dificultades para la comunicación oral y una menor eficiencia en el trabajo. En el caso de los niños se agregan los trastornos del crecimiento y los problemas de aprendizaje y de conducta.

Conocer éstos y otros hechos es fundamental para que cada uno de nosotros comience a poner su granito de arena en pos de que en un futuro, quizás no tan lejano, podamos disfrutar de un ambiente sonoro más tranquilo. Por eso es que la educación, tanto sistemática (en la escuela) como asistemática (a través de los medios masivos de comunicación) es tan importante como instrumento preventivo.

Para el Día Internacional de la Conciencia sobre el Ruido están previstas una serie de actividades que cada ciudadano puede realizar, siendo una de las más significativas el envío de cartas a los legisladores, concejales y demás autoridades solicitando que implementen campañas o iniciativas, cada uno en su ámbito de competencia, destinadas a conseguir sensibles mejoras en el entorno sonoro que nos toca sobrellevar. Tal vez una o dos cartas no muevan a nadie a tomar en serio el asunto. Pero si sólo una de cada cien personas enviara una carta, ¿qué autoridad podría, en su sano juicio, ignorar las diez mil cartas que inundarían rápidamente su despacho? Otra actividad, de carácter más simbólico, si se quiere, más introspectivo, consiste en guardar un minuto de silencio y reflexionar sobre el tema del ruido entre las 14:15 y las 14:16 de dicho día, cualquiera fuere el lugar en el que nos encontremos: bajar el volumen del televisor o la radio, apagar el motor del auto, etc. Qué extraño resultaría para cualquier ciudadano desprevenido encontrarse de repente inmerso en mundo de silencio, aunque más no fuera por un minuto. Por último, se realizará una encuesta de alcance internacional que examinará las fuentes de ruido comunitario y las acciones tomadas por el público para aliviar el problema del ruido.

Rosario, abril de 1999

 

 

(*) Direcor del Laboratorio de Acústica y Electroacústica de la UNR y miembro de la Comisión Directiva internacional para la organización del Día Internacional de la Conciencia sobre el Ruido.